Argentina: “¿Discriminación o diferencia?”. Mariana Incarnato, 2009
Elegimos este artículo para pensar acerca de las dificultades alrededor del empleo, que pueden enfrentar los jóvenes que viven en hogares e instituciones. Nos parece importante discutir estas temáticas junto a todos aquellos que piensan en el trabajo como una herramienta de inclusión social de los jóvenes.
Autora: Mariana Incarnato, Programa Doncel, Amartya.
¿Discriminación o diferencia?
Algunos lineamientos para pensar el proceso de inclusión laboral de jóvenes vulnerables en el sector privado.
Por Mariana Incarnato*
Diciembre de 2009
La creciente necesidad de generar acciones tendientes a la inclusión de jóvenes con dificultades de inserción en el mercado de trabajo cuestiona seriamente los procesos clásicos de incorporación de personal en el sector privado.
Esto se debe básicamente a dos cuestiones
- La inserción debe realizarse con un proceso de acompañamiento del joven que permita un incorporación progresiva y exitosa al nuevo contexto;
- La empresa debe poner en juego representaciones sociales asociadas a los llamados “grupos de riesgo” que, según cómo sean abordadas , incidirán positivamente o no en la experiencia conjunta.
Me detendré en esta última cuestión, a partir de los resultados de la evaluación que realizaron empresas grandes y medianas del proceso de inserción de jóvenes institucionalizados por medio del Programa Doncel[1] “ Inserción sociolaboral de jóvenes residentes en instituciones “ de la organización social AMARTYA .
De las entrevistas en profundidad realizadas a gerentes de RRHH, supervisores y tutores surgieron reflexiones y obstáculos que considero se repiten en muchos ámbitos de similar situación.
En el contexto de una entrevista a un empleado de RRHH de una empresa textil y ante la pregunta por la evaluación de la experiencia de inserción desde la empresa aparece la siguiente frase “Nosotros nunca hicimos ninguna diferencia”. Otra frase recogida fue “Que no se sientan distintos, que tienen una oportunidad como cualquier otro”.
Para mi sorpresa esta idea de “no diferenciar” se repitió en numerosas entrevistas.
La idea implícita era la siguiente : el no comentar con el resto de los empleados que el joven en cuestión provenía de un Hogar, lo dejaría en pie de igualdad en relación a los otros empleados. Se repetía este intento de “borrar las diferencias” que otorgase cierta garantía respecto a no discriminar.
Ahora bien, esta diferenciación entre “diferenciar “y “discriminar”, que a simple vista pareciese poco relevante, entraña un dilema que es esencial dilucidar a los fines de una inclusión verdadera.
“Diferenciar”, o mejor “no diferenciar”, como fue mencionado en las entrevistas, remite a la idea de que la ausencia de diferencias implica una igualdad de derechos. Esto sería igual a pensar : “si nadie sabe que el joven proviene de un Hogar entonces no será discriminado.”
Si homogeneizamos seremos más justos. “Si no se nota, somos iguales ”. ¿Somos iguales?
Ahora bien, la pregunta que subyace, apoyada en un temor muchas veces explicitado en las entrevistas es “ ¿Si diferencio, estoy discriminando? ”
Esta interconexión no cae por su propio peso y requiere profundizar sobre a qué nos referimos cuando hablamos de que no exista discriminación en el proceso de inclusión laboral de jóvenes vulnerables.
En primer lugar indico que, por el contrario, reducir la diferencia Sí es discriminar, puesto que es justamente la diferencia (de género, étnica, de clase) la que debe ser respetada en pos de una real convivencia.
El intento de borrar diferencias atenta contra la idea de que la aceptación del otro implica siempre una adaptación mutua. Si el otro es igual a mi, no habría nada que temer, yo no lo rechazaría a el ni el podría eventualmente rechazarme a mi.
Ahora, si pensamos en “no discriminar”, sostenido en el pleno ejercicio de los derechos, estamos en otro plano. No discriminar significaría en este caso, garantizar la igualdad de oportunidades en cuanto al acceso, la remuneración o los derechos laborales de cualquier joven que ingresa a una compañía.
Así, la discriminación estaría claramente del lado de los derechos, y las oportunidades.
Discriminamos si por la misma tarea y por la misma cantidad de horas le pagamos la mitad a un joven porque proviene de un Hogar.
Discriminamos si otorgamos tareas de menor complejidad o responsabilidad porque suponemos una ausencia de capacidades o habilidades a desarrollar, de antemano.
No discriminamos si aceptamos que todas las personas tienen realidades diferentes, algunas más complejas, otras más tristes o más valientes, pero que ninguna de ellas debe ser tratada como un “destino”.
Por último, y quizá como respuesta a lo planteado en esta misma evaluación, resultó significativo que los miembros de la empresas solicitaran al Programa más acompañamiento y orientación en el proceso de inclusión.
Es evidente que, aún con la creciente demanda al sector privado para que incorpore prácticas de inclusión a su estrategia, existe una falta de formación e información sobre cómo llevar adelante estos procesos, sobretodo cuando se trata de la interacción con otros grupos, por fuera de la compañía.
Este acompañamiento es justamente el trabajo que deben llevar adelante tanto los Programas de Gobierno como las ONGs que trabajamos por la inclusión sociolaboral.
*Psicóloga. Coordinadora general de Amartya