Cómo fue egresar y valerse por sí misma – La Nación

POR MARÍA AYUSO

Al cumplir la mayoría de edad, las chicas y los chicos que viven en hogares y no pudieron ser adoptados o volver con sus familias de origen, deben dejar las instituciones con el riesgo de quedar en la calle, sin trabajo, educación ni redes de contención; una ley busca acompañarlos en la transición a su vida adulta.

Jasmín tenía 16 años y 100 pesos en la SUBE cuando pudo dar el paso que venía “maquinando” desde que era una niña: irse de su casa. Con el calor pegajoso de un verano en Buenos Aires, armó una mochila y le dijo a su hermana que se iba a donar ropa. Pensó en tomarse un tren, después un colectivo y luego otro. Así hasta quedarse sin plata. Estaba huyendo de la violencia y quería irse lejos.

Las referentes que había conocido en su barrio −el Rodrigo Bueno, en Costanera Sur−, la acompañaron a una defensoría porteña. Así llegó a un hogar en Flores, comandando por monjas y donde pasaría los próximos dos años. Cuando cumplió 17, por primera vez en su vida festejó un cumpleaños con alegría, entre otras vivencias que la acercaron a lo que era vivir en un espacio cuidado y amoroso. Pero sabía que esa experiencia era transitoria, que los meses pasaban rápido: pronto llegarían sus 18 y tendría que dejar el hogar. Sin posibilidades de volver con su familia de origen (era la última opción de su lista) y sin que nadie le planteara la de buscar una nueva por medio de la adopción (”Hubiese dicho que sí”, asegura), llegaría el “egreso” de la institución: ni más ni menos que salir a abrirse paso por la vida a los codazos.

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