Salir a la vida sin red – Clarín

En el país hay casi 10 mil chicos institucionalizados. La mayoría, por situaciones de violencia, maltrato y abandono. Qué pasa cuando son mayores de edad: qué dice la ley y cuáles son las iniciativas oficiales. Las historias de Blanca, Araceli y Santiago. 

Tenía 10 años cuando su mamá la llevó a una salita de salud en Mataderos porque “algo raro pasaba”. La revisaron y un médico le puso palabras a lo que venía padeciendo y no podía expresar: era víctima de abuso sexual. “Mi padrastro, con el que convivía, me violaba”, suelta ahora, con 20 años. Habla suave y bajito, pero con una fuerza que impresiona. Cuenta que intervino un juez y decidió que lo mejor para ella era apartarla de su entorno. Por eso, Blanca creció en hogares de tránsito, se hizo grande de chica y a los 18 no le quedó otra que “egresar” y transformarse en adulta. No es la única.

En Argentina hay 9.748 niños, niñas y adolescentes institucionalizados que, al alcanzar la mayoría de edad, deben independizarse. La violencia, el maltrato (ambas 46%) y el abandono (37,5%) son las principales causas por las que estos chicos llegan a los hogares. En el 79% de los casos exceden los 180 días previstos para permanecer en estos sitios, según datos de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia con apoyo de UNICEF.

El sueño de ser abogada y la ilusión de que su hermanita viva en familia

Blanca pasó cerca de 3.000 días en instituciones. Y a pesar de haber tenido una buena experiencia en la última en la que estuvo, asegura que a los 18 le faltaban herramientas para egresar. La salida fue revincularse. “Me fui a vivir a lo de unos tíos”, cuenta y sigue con una frase que va a repetir durante toda la entrevista: “No me quedaba otra”.

En noviembre del año pasado, consiguió trabajo como empleada de ropa de bebé y logró mudarse con una amiga a un departamento en Floresta. Pero ahora perdió ese empleo, porque ya no tenían plata para pagarle, y está, de nuevo, sin opciones. No tiene red.

Cuenta que, a pesar de eso, no está sola: tiene una hermana de 11, que también fue separada de su mamá y vive desde los cuatro años en un hogar. Dice que, durante un tiempo, estuvieron juntas en una institución de San Miguel y que ahora la visita una vez a la semana. “Estamos en contacto permanente. Ella se está vinculando con una pareja y eso me pone muy feliz. Va a tener la contención que yo no tuve y va a vivir más tranquila y acompañada”, suma.

A Blanca le hablaron de adopción, pero siempre rechazó esa posibilidad. “Vinieron a charlar conmigo asistentes sociales. Pero yo tenía miedo de encontrarme con otro tipo como mi padrastro. Me faltó información para decidir”, remarca. Hoy sueña con convertirse en abogada y poder defender a otras víctimas.

14 años en hogares, una revinculación fallida y el camino para lograr la autonomía

“Mi mamá nos llevó a un hogar porque no nos podía cuidar. Era muy joven, tenía tres nenas y estaba con mi padrastro, que siempre fue violento”. Araceli (21) se crió entre los cuatro y los siete en un hogar en Merlo, provincia de Buenos Aires, y luego pasó los siguientes nueve años en otra institución en Mataderos. “Siempre me gustó el hogar, me trataban bien. Jugaba mucho con los varones a la mancha y a la búsqueda del tesoro en un patio grande. De chiquita defendía a mis hermanas, todos sabían que si se metían con ellas, se metían conmigo”, recuerda.

Nunca le dieron la opción de vincularse con otra familia, dice que tampoco lo pensó. A los 16, se animó a regresar con la de origen. “Volví a Lugano con mi mamá, mi padrastro y mis hermanos varones, que tuvo con él. No duré un año, seguía violento, tomaba mucho. Con una de mis hermanas fuimos a la defensoría y pedimos irnos”, relata.

Sumó otros dos años en otro hogar. “Hicieron una excepción conmigo y pude quedarme hasta los 19”, cuenta. Unos meses antes de independizarse consiguió trabajo como camarera. “Alquilé un PH con una de mis hermanas en Lomas del Mirador, pero estuvimos ahí solo cuatro meses porque era mucho el gasto”. Los siguientes tres meses se mudó a Barracas con una amiga. “No era un buen ambiente y me robaron mis cosas”, sigue.

Así fue que llegó a Casa Joven, un proyecto del Gobierno de la Ciudad que funciona como “lugar de transición” para chicos que salieron de hogares. “Ponés 1.000 pesos por mes y cuando te vas te devuelven el 80% del total. Mi idea es irme con un chico que conocí acá y del que me hice amiga”, explica.

En un tiempo se imagina con su título secundario -le faltan tres años para obtenerlo- y trabajando como actriz: “Ojalá lo logre. Me gustaría también formar una familia, pero de mucho más grande. Tengo que asegurarme de que la hija que tenga no pase por lo que pasé yo, que siempre cuente con el acompañamiento de su mamá”.

Santi, su abuela Teresa y sus ganas de salir adelante

“Hay mucho mito con los hogares. Que ‘hay cuchillos’ y ‘son todos violentos’. Nada que ver, yo viví otra cosa”, arranca Santiago (18) que pide “mostrarle a otros chicos que se puede salir adelante, aunque toque una difícil”.

Santiago tiene mamá, pero explica que “es una mujer inestable”. “Desaparece, se pierde. Tiene problemas con el alcohol. Eso es algo que sufrí toda la vida”, cuenta. Durante su infancia, cada vez que se iba lo dejaba con Teresa, una conocida, a la que Santiago llama abuela.

La última vez que su mamá se fue él tenía 16, vivían juntos en un hotel: “Me dejó y yo no tenía para pagar la habitación”. Pudo quedarse un tiempo en Moreno, en lo de su tío, el ex cuñado de Teresa, pero dice que después comenzó a sentir que era una carga y entendió que tampoco le servía a él estar ahí.

“Me acompañó a pedir ayuda al Estado. Me acerqué a una oficina del gobierno, conté mi situación, expliqué mis proyectos y manifesté que me quería ir a un hogar”, asegura. Después de una entrevista en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, lo llevaron a hacerse un examen médico y de ahí a un instituto en Boedo. “Fue crecer de golpe”, resume sobre su paso por dos instituciones. Aunque insiste en que le sirvió. Dice que su vida se “ordenó” y pudo cumplir varios de sus objetivos: retomó el secundario, hizo un curso de orientación vocacional, se capacitó en Informática y pudo hacer una pasantía.

A pesar de la preparación, dejar el hogar a los 18 no fue fácil. “Me fui primero con Teresa, pero al tiempo me mudé a lo de un amigo. Cuando él no pudo bancarme más, me quedé en situación de calle”, comparte. “Me sentaba en la avenida y esperaba que pasara la noche”, recuerda.

Al final logró mudarse a Casa Joven, donde vive desde hace un mes. “Acá me reencontré con dos compañeros de los hogares. Estoy con un trabajo temporal durante los fines de semana y con la posibilidad de entrar a otro empleo en la semana”, cuenta con ilusión. Y dice que lo importante es no perder la confianza en uno mismo.

¿Qué pasa con la ley de Egreso Asistido y cuál es la situación en la Ciudad?

La ley de Egreso Asistido, que fue reglamentada en noviembre del año pasado, garantiza el acompañamiento de un referente durante la transición a la vida adulta y un apoyo económico a los jóvenes a partir de los 18 y hasta los 21. Esa ayuda equivale al 80% de un salario mínimo, vital y móvil. La beca puede sostenerse hasta los 25 si es que la persona decide continuar con sus estudios.

Hasta el momento, siete provincias adhirieron. Entre ellas, la Provincia de Buenos Aires, según Mariana Incarnato, directora de la ONG Doncel, que colabora en el egreso de adolescentes que crecieron en hogares.

En la Ciudad, existe un programa que se llama Mi lugar. Lo implementan para guiar a los jóvenes en el egreso con un equipo interdisciplinario. Además, les brindan el 85% de un salario mínimo, vital y móvil aunque por un plazo más corto: seis meses, con la posibilidad de renovarlo seis meses más.

Gabriela Francinelli, que forma parte del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño y es directora general de Niñez y Adolescencia, asegura que ya están capacitando personal para aplicar la ley y dijo que se firmó el convenio con Nación para que los jóvenes empiecen a recibir el subsidio hasta los 21 o 25 años, según corresponda.

¿Por qué permanecen tanto tiempo institucionalizados?

Vivir en familia es uno de los derechos fundamentales de los niños. Casi ocho de cada 10 chicos alojados en dispositivos de cuidado se quedan más de los 180 días estipulados por ley en hogares. No hay una única explicación para comprender el panorama. Según Incarnato, “por un lado, tiene que ver con que los procesos de revinculación familiar toman más tiempo del deseado y con que muchas veces las familias ampliadas no están en condiciones de recibir a ese niño y, a la vez, el Estado no les provee ayuda suficiente para hacerlo”. Por otro lado, sigue la directora de Doncel, “la declaración del estado de adoptabilidad puede tomar más de ese tiempo, ya que se trata de un análisis multicausal. Esto no significa que el niño deba esperar años en un hogar por la falta de eficacia del sistema“.

Otra dificultad relacionada tiene que ver con que no suele haber tantas familias dispuestas a adoptar a niños mayores de cinco o seis años. “La gran mayoría quiere transformarse en madres o padres de bebés y ese deseo no coincide con la situación en los hogares”, señala Francinelli.

 

FOTO: Clarín.com

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