Los chicos sin cuidados parentales, que se enfrentan al mundo solos a los 18 años – La Nación
Ese día supo que sus días junto a esa familia que había formado en el hogar estaban contados. Lo que siguió fue un derrotero de intentar, de buscar, de tratar. De fracasar y frustrarse algunas veces y de conseguir lo que se había propuesto muchas otras. Hoy Tatiana tiene 24 años, trabaja dando soporte técnico en un banco y está estudiando trabajo social en la UBA. Su historia refleja sólo en parte la realidad de muchos chicos: según cifras oficiales hoy el 27% de los chicos que crecen en hogares, egresa del sistema al cumplir los 18 años, sin haber sido adoptado. Y sólo el 7% se va con una nueva familia
No tener el cuidado de una familia es sólo una parte de la dura vida de estos chicos. La otra parte es el drama de tener que abrirse paso solos a una edad en la que la mayoría de los adolescentes que crece en una familia tampoco puede costearse ni afrontar una vida independiente.
“Mi historia refleja sólo una parte de esa realidad. Porque yo pude hacerme un lugar. Tengo donde vivir, estoy estudiando. Pero la mayoría cuando sale del hogar queda sin red y muchos viven en la calle y no tienen ninguna chance de nada”, agrega.
Tatiana es parte de un grupo de jóvenes que integra el programa Guía de Egreso de la Fundación Doncel, que trabaja en el fortalecimiento de los chicos que salen de un hogar de cuidado alternativos, a proyectar su vida después. Ella y otros 10 egresados trabajaron para hacer un diagnóstico de cómo es la vida de los chicos después del hogar. Para eso, entrevistaron a 71 chicos que en los últimos doce años egresaron de los hogares de la ciudad de Buenos Aires.
Fue un trabajo duro: para encontrarlos a todos se valieron de las redes sociales, de las redes de contactos y finalmente, para encontrar a los que les faltaban comenzaron a recorrer las calles y las estaciones de tren. Allí se encontraron con muchos de sus ex compañeros. “Fue muy doloroso encontrar y descubrir que la única opción para muchos de los que crecimos en un hogar es la calle”, cuenta Tatiana con los ojos rojos.
David Paredes tiene 28 años y está cursando el primer año de abogacía. El también creció en un hogar. “Nuestra realidad no es la de todos. Lamentablemente somos hijos de las circunstancias en la que crecemos. De la familia en la que nacimos, del hogar en el que fuimos a parar, de la buena voluntad de las personas con las que nos encontramos cuando intentamos hacernos un camino. Las oportunidades deberían ser más igualitarias”, dice.
El relevamiento de Doncel arroja datos que duelen. Tres de cada 10 chicos que egresaron de hogares viven o vivieron en algún momento en la calle. Actualmente, el 31% vive en situaciones habitacionales precarias: en hoteles, pensiones, paradores y hogares de tránsito. Además, el 46% está desempleado (no trabaja y está buscando trabajo en la actualidad). Sólo el 34% tenía trabajo al momento del egreso. Pero no sólo eso: lo que ganan los que tienen trabajo, tampoco les alcanza: más de la mitad de los que sí tienen trabajo dijo que el dinero no le alcanza nunca o casi nunca para pagar todos sus gastos a lo largo del mes.
“Estamos solos contra el afuera”, definió una de las jóvenes entrevistadas y a quienes impulsaron la encuesta les pareció la mejor frase para sintetizar cómo se siente un chico sin familia cuando, al cumplir los 18 años le comunican que ya no lo van a adoptar y que se tienen que ir. “La mayoría enfrenta ese proceso sin preparación suficiente y sin ningún apoyo económico ni emocional, generando así situaciones de vulnerabilidad extrema”, dice el estudio.
El 45% de los jóvenes que vivieron su infancia y adolescencia en instituciones de cuidad en la Ciudad no terminó la educación obligatoria y no está estudiando actualmente. Sin embargo, 9 de cada 10 chicos dijo que le gustaría continuar sus estudios.
“Esto marca una brecha de acceso a recursos muy grande. Porque son chicos sin cuidados parentales, que crecieron al cuidado del Estado, pero que el Estado no fue capaz de garantizar para ellos los mismos derechos que le exige a los padres que cumpla. Pensemos que son chicos que dejaron de estudiar y que les hubiera gustado seguir estudiando, entre otras cosas”, apunta Mariana Incarnato, directora de Doncel.
El año pasado, los mismos chicos que participan del programa de la Guía de Egreso impulsaron una ley que se votó en el Congreso y que falta que se reglamente para que empiece a cumplirse: Esta ley equipara las obligaciones del Estado con respecto a los chicos sin cuidados parentales a las que se les exigen a los padres a partir de la reforma del Código Civil.
Entre otras cosas, se establece que el Estado debe acompañar a los chicos que egresan del sistema de cuidados: asegurarles, mediante una asignación económica, que puedan alquilar una vivienda en estos años en que construyen su independencia: entre los 18 años y los 21. Y hasta los 25 si es que están estudiando. Además, crea la figura del referente. Una persona o institución que debe registrarse y capacitarse para apoyar y acompañar a los jóvenes egresados en su inserción en el mundo adulto e independiente.
Todavía la ley no está en vigencia. La ciudad de Buenos Aires y algunos municipios tienen programas de autovalimiento, que brindan acompañamiento un tiempo antes y un tiempo después, hasta que puedan organizar su nueva vida. Pero sólo el 7% de los chicos que egresan tiene un proyecto propio de vida al salir según datos oficiales. La gran mayoría, en cambio, debe dejar el instituto en el que creció y enfrentar por sus propios medios el mundo adulto.
¿Cómo se sienten al salir? Inseguros, solos, nerviosos, con miedo, tristeza, soledad. Según los resultados de una encuesta entre chicos que están por egresar y que egresaron impulsada por Unicef, la Asociación Doncel, y el programa de Juventud de Flacso, sólo uno de cada tres de estos adolescentes recibió información sobre su egreso y uno de cada tres se preparó antes de salir buscando trabajo.
“Cuando salí, me di cuenta que no sabía cocinar. Tuve a que aprender las cosas más básicas como que la ropa hay que lavarla, las cuentas pagarlas una vez por mes. Entre otras cientos de cosas que para alguien pueden parecer muy básicas. Porque cuando crecés en un hogar nunca vivís todo eso”, cuenta David.
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La historia de Yamila
Yamila Carras tiene 29 años y es mamá de tres niñas. Hace diez años egresó del instituto en el que pasó su adolescencia, luego de que su madre decidiera firmar ante un juez que ya no se podía hacer cargo de ella. En su casa, en la villa Carlos Gardel, frente al hospital Posadas, de Haedo, también había muchos hermanos y se vivieron situaciones complejas que la llevaron a terminar creciendo en un hogar de menores. “Muchos me preguntaban ¿Cómo puede ser que tengas una familia y que esté viviendo en un hogar? Pero hoy entiendo que fue lo mejor”, reconoce.
La historia de Yamila refleja en gran medida la de la mayoría de los chicos que viven en hogares e instituciones sin cuidados parentales. El 54% de ellos llega por situaciones de violencia familiar. Apenas el 32% fueron abandonados por sus padres o tienen una filiación desconocida. Además, más del 40% son adolescentes.
Saber que tenía que salir al mundo adulto y construirse una vida no fue sencillo. Hubo ideas y venidas, pero finalmente logró asentarse con su pareja, pudo comprarse su casa y desarrollar por su propia cuenta un emprendimiento de catering. Todos los mediodías cocina y recorre los negocios del barrio levantando y entregando pedidos. Además, maneja las redes sociales de la Guia de Egreso.
“Es muy duro crecer en un hogar. Porque ahí, en el mejor de los casos tenés profesionales que te cuidan, te atienden, te escuchan. Peor nadie puede ponerse en tu lugar porque no saben lo demoledor que es sentir el abandono. Nadie te da lo que necesitás: un abrazo”, dice. “Lo que mas me costó y sigo trabajando es la parte anímica, psicologíca, el poder o volver a sentir, tener sentimientos. Luego de sentir abandono de parte de mi familia y del estado”, dice.
Al salir del hogar para armar su propio proyecto de vida le hizo descubrir que paradójicamente, ese horizonte tan temido de la mayoría de edad, la había acercado a la posibilidad de tener lo que nunca tuvo: una familia. Hoy está aprendiendo a cuidarla, a construirla y a evitar repetir los mismos errores que poblaron su infancia y que tanto la marcaron.
Fotos: LA NACION / Mauro Alfieri